Teenage Lust
Desde hace unas semanas mi vida sexual me recuerda a mi primera época adolescente. Tal vez sea por mi afición por liarme con chicos con novia formal o tal vez por la afición de éstos por sentirse libres gracias a un lío de vez en cuando. Pero dejaré las relaciones causales para otra historia. La que cuento ahora habla más bien de relaciones casuales. Sucedió una noche de despedida en una calle oscura y sucia del raval barcelonés. Había quedado con un amigo que empezó siendo otra cosa y por el que siento una debilidad carnal especialmente intensa. Creo que una de las cosas que más me excita de él es que podemos jugar horas a ponernos cachondos sólo con palabras. Esa noche la pasamos en un bar lleno de turistas comentando los últimos encuentros sexuales que habíamos tenido con unas y otras, proyectando intercambios que jamás tendrían lugar con casi todas las chicas rubias que paseaban los encantos que creían tener por el local y compartiendo fantasías privadas. De las que verbalizamos, la que más me sedujo fue la que sabía que iba a realizar aquella noche: ser capaz de contener el deseo sexual como cuando todavía era virgen y sólo me metía mano con mis ligues hasta que casi me corría. En fin, jugar a construir hipérboles sexuales. Durante las dos o tres horas que estuvimos allí estuve a punto de pedirle que fuéramos al baño a olvidarnos de las rubias unas cuantas veces pero me callé. En el fondo me apetecía más continuar con nuestro juego. Recuerdo que salimos del bar para irnos cada uno a nuestra casa. En la suya esperaba una novia y ya empezaba a hacerse tarde. Entonces nos besamos, como para ser medio consecuentes con nuestros deseos, y creo que después de eso preferimos arrastrarnos contra la primera pared que encontramos para meternos mano. Empezamos despacio, con la prudencia con la que empezaban los rollos en el instituto, pero esa fase duró poco. Me tocó las tetas por encima de la ropa y mis pezones le llamaban. Yo me moría de ganas de que se atreviera a levantarme la camiseta pero sabía que era mejor esperar porque así nos quedaba ese placer para más tarde. Mientras, mi mano frotaba su pene por encima de los tejanos y notaba como cada vez estaba más duro. Este gesto me transportó a las tardes de besos callejeros en los prolegómenos de mi vida sexual adulta y la idea de estar transgrediendo de nuevo un límite que superé hace tiempo me excitó todavía más. Así estuvimos casi una hora, intentando perforar la ropa de tanto frotarla, disfrutando del tacto ocasional de la piel al descubierto y exprimiendo las posibilidades semánticas de cada uno de los signos sexuales que no nos conducirían a la cama. Luego nos despedimos, esta vez sí, para irnos cada uno a nuestra casa. Yo me hice una paja en cuanto llegué a la mía y fantaseé con la posibilidad de que en otro lugar de la ciudad él estuviera follando con su novia.
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pau -